Había
una vez un proyecto con maqueta de cubitos de metacrilato de colores que se
combinaban según un sistema de tetris, o mejor, de pixelación... que convertía
la fachada en una superficie filtrante de luz y espacio de gran sobriedad y
limpieza.
Las circulaciones
se resolvían magistralmente por medio de una torre de comunicaciones verticales
situada a 3/4 del extremo de la fachada principal. En segundo lugar, porque habría
sido una aberración hacer un proyecto simétrico y en primero, porque 3/4 es la
proporción entre la velocidad de vuelo de la mosca tsé-tsé y la tasa de
natalidad del escarabajo pelotero estando ambos expuestos a una temperatura de
40oC; habiendo sido el estudio de estos insectos el origen del
germen espiritual del espacio proyectual.
El
acceso al edificio se realizaba a través de una pequeña plaza en la que se
recorría una ingeniosa promenade arquitectónica en rampa, basada en los
espacios y recorridos descubiertos al seccionar una col de Bruselas. También se
disponía de espacios verdes para parque infantil.
El
muñequito de dar escala vivía feliz es este edificio, paseaba por la plaza,
disfrutaba de su terracita (o espacio abierto-privado) creada por el hueco
entre píxeles, y disponía de una vivienda flexible gracias a los paneles móviles
que le permitían aislar el cuarto de baño o dejarlo abierto al salón.
El
muñequito de dar escala era soltero y ocupaba un cubito de color amarillo (para
un habitante) mientras su vecino vivía con la muñequita de dar escala y dos
muñequitos de dar escala en un cubito naranja (para familia estándar).
El
edificio era una perfecta máquina de habitar en la que todos los muñequitos de
dar escala posaban felices.
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Había
una vez un edificio que tenía algunos huecos misteriosos en su fachada. La
mayoría de ellos habían sido cerrados para crear galerías que dotaran de un
poco más de espacio a las viviendas. Pese a la prohibición de estropear la
sobriedad y limpieza de la fachada, hileras de ropa de los más variados
colores, tamaños y texturas colgaban de todas las ventanas reflejando la vida
que había en el interior de cada vivienda.
Los
habitantes subían a sus casas por la escalera de incendios, que había sido
añadida ya que no se cumplía la normativa CPI 96 y que pillaba mucho más a mano
que la principal.
También
resultaba mucho más cómodo llegar a la escalera cruzando el césped, en el que
ya se había formado un camino por el paso de la gente, mientras en la rampa de
la plaza los niños se tiraban con el monopatín.
Uno de
ellos fumaba su primer cigarro con un amigo escondido en la escalera principal,
por donde nadie pasaba, mientras su hermano perdía la virginidad con una vecina
dos años mayor dos plantas más arriba, en la misma escalera.
En casa,
los paneles móviles, que llevaban en la misma posición desde el momento en que
los pusieron, acumulaban polvo en sus raíles mientras la abuela, (a la que no
se había tenido en cuenta en el diseño de vivienda familia-estándar) ponía
flores en agua en el lavabo que, por alguna extraña razón, estaba en el salón.
"Dos casitas (o no)" La precaria. 2005.
(nº 15)”
Sacado de Cinco años y un día. Historias de un boletín
de crítica arquitectónica macarra. (Grupo El Croque). ETSAM